Ese señor es... ese señor era... em... ese señor es amigo del abuelo.
No sabía bien como decirlo, y ni siquiera estaba segura, pero transitar esas calles, ver pasar el tren, cruzar las vías, esa plaza, la calesita y todos los vendedores ambulantes, eran como una ventana al pasado, una cercanía a él y me venían lluvias de recuerdos de algunos de los paseos que dábamos. Lo conocían todos, las chicas de la quiniela, los del supermercado, los viejitos que hacían tiempo en esa especie de fuente que está afuera del bingo, tanta gente, que ahora estaba viendo y que alguna vez él me presentó. Y no se si eran los mismos, pero ocupaban ese lugar, y para mí eran y eso era lo que importaba.
Con las pocas herramientas que tenía me fui construyendo un mapa perfecto de los pasos que daba y todo lo veía con sus ojos. Pasamos al lado de unos perritos que estaban en venta y frené a mirarlos solamente porque sabía que si iba con él, frenaría.
Y cuando estábamos volviendo, mis ganas de comer almohaditas no fueron casuales. Me había olvidado de esa dietética y no me puedo acordar qué era lo que compraba, solamente esas almohaditas. Y entré y sabía exactamente donde estaban, y comí algunas mientras caminaba hacia su casa y me lo imaginaba al lado mío. No me pone mal, pero no me doy cuenta de que ya pasó.
Y hoy la puerta de la pieza estaba abierta, y miré y está todo distinto, y ya no están ni el colchón ni las fotos. Y escuché a los perros ladrar, y el portón que se abría y pensé que llegaba... y apareció papá y me dijo que nos ibamos, y no había vuelto, y no sé por qué sonreí, le di un beso a la abuela y me subí al auto, guardando las almohaditas, mirando con amor a sus perros.
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